Hemos sentido muchas veces esa sensación de bienestar por nuestro cuerpo, ya sea a través de comer, socializarnos o incluso darnos un simple beso. Mientras eso pasa, en nuestro cerebro se desarrolla un circuito neuronal patrocinado por la dopamina.
Este neurotransmisor se caracteriza por ser el encargado de transmitir una sensación de bienestar profundo. Como humanos que somos, estamos siempre en busca de esta sensación y aquí, como en cualquier proceso neuronal, la química crea una adicción en nuestros receptores neuronales. Es de esta manera como generamos un proceso adictivo para repetir esas experiencias placenteras.
Hay una gran diferencia entre adicción y dependencia; no todas las conductas dependientes son adictivas pero, cuando hablamos de adicción, buscamos el placer continuamente y esto puede generarnos una gran cantidad de problemas.
Por ejemplo el mero hecho de comer, es placentero, bueno, saludable y necesario, pero si lo hacemos en exceso causa una serie de consecuencias como el aumento de peso o problemas de salud.
Ese decir, las cosas que nos gustan, que nos hacen sentir placer vamos a repetirlas reiteradamente, pero tenemos que identificar la línea entre lo normal y lo adictivo. Tenemos que saber cuándo es una conducta dependiente o adictiva ya que, las conductas dependientes no tienen problemas, son razonables, pero lo adictivo puede llegar a crear esa dependencia patológica.
Podemos decir que somos adictos al bienestar porque la cantidad nunca es suficiente, siempre queremos más y nos pasamos toda la vida para equiparar esa sensación, pasan los años y cuesta cada vez más disfrutarlo como la primera vez. Por todo esto, es saludable detectar la línea que divide lo que nos produce bienestar de lo que nos produce malestar por no conseguirlo.
¿Sabes dónde está tu línea?