La psicóloga sanitaria, Roxana Gutiérrez, sostiene que la confluencia entre la pandemia y la ‘era de los filtros’ provoca «una distorsión continua de la imagen corporal» y aboga por el respeto a los tiempos de adaptación
El pasado 20 de abril, el Boletín Oficial del Estado aprobaba lo que muchos venían deseando desde hacía tiempo: el fin de las mascarillas en interiores. Salvo algunas excepciones, como hospitales o transporte público, la obligatoriedad de entrar en espacios cerrados con boca y nariz cubiertas ha sido relegada pese al rechazo de quienes sienten una mayor seguridad usándola.
La normativa también llegó a los centros escolares que, desde hacía semanas, caminaban hacia la vida prepandemia desprovista de mascarillas en el recreo. Aunque la comunidad educativa, dividida entre cautos y conformes, sí coincidía en una misma premisa: hay alumnos que prefieren seguir utilizando la prenda sanitaria por miedo al rechazo. Varios docentes consultados por este periódico aseguraron que percibían en ciertos jóvenes una carencia de autoestima a la hora de mostrar sus rostros. Por ello, muchos aplaudían la conformidad del Real Decreto e incidían en la necesidad de reforzar el apoyo emocional entre el estudiantado. “Vemos que han vuelto los complejos porque no se aceptan, pero tienen que volver a reconocerse”, declararon.
Y es que las dos tendencias que convergen en un mismo espacio-tiempo (la pandemia de COVID-19 y la era de los filtros en redes sociales) podrían influir negativamente en la determinación de una persona en un periodo tan clave de su vida como son la infancia y la adolescencia. Con respecto a la primera de ellas, la psicóloga sanitaria, Roxana Gutiérrez, se muestra prudente y aboga por el respeto a los tiempos de adaptación con los que cuenta cada persona: “La ley puede cambiar de un día para otro, pero el ritmo de respuesta varía dependiendo de la forma de ser, el entorno e incluso la carga de responsabilidad que siente cada uno”. La experta plantea esperar a que los jóvenes vayan despojándose poco a poco de sus temores y viendo cómo “otros iguales” también se quitan la mascarilla. No obstante, “si sigue existiendo esa necesidad de ocultarse, el afectado podría necesitar algún tipo de intervención psicológica para que el menor pueda seguir configurándose a sí mismo”.
Y es que, según indica, tras este complemento vital para el mundo desde marzo del año 2020, muchos se ocultan para evitar exponerse, ya sea por vergüenza a enseñar los dientes, la nariz, las marcas de acné… En definitiva, por pavor a sentirse rechazados. “Existe miedo a la evaluación negativa por parte de otros compañeros, en este caso en el colegio, que supone un lugar muy social donde los alumnos forjan su identidad”, sostiene Gutiérrez, que además recuerda la importancia de la influencia familiar en este momento de transición.
La psicóloga también hace hincapié en el impacto que ha supuesto para la población el hecho de culpabilizar a familiares, amigos o compañeros de trabajo de los contagios de coronavirus, independientemente de las medidas de prevención “que son necesarias”. “Esto significa que, a pesar de que la normativa cambie, muchos seguirán pensando lo mismo”, agrega. Al ser preguntada por el síndrome de la cara vacía, la especialista muestra un evidente rechazo al término y asegura que “con esta necesidad de patologizarlo todo lo único que se consigue es crear malestar entre aquellos que, después de dos años de pandemia, prefieren cubrirse parte del rostro por miedo a enfermar”. “Es cierto que el lenguaje no verbal es clave en la comunicación y con la mascarilla puesta se pierde mucha información, pero yo, a día de hoy, aún no he conocido a nadie que tenga la cara vacía”, sostiene.
En alusión a los complejos sin mascarilla por parte de los jóvenes, Gutiérrez manifiesta que emplear cada día una forma de verse distorsionada, ya sea con boca y nariz cubiertas o filtros de Instagram, por sentirse “estéticamente simétricos” podría suponer un problema en un futuro, “volviendo a reincidir en el miedo a ser rechazado e incluso buscando el refuerzo social tras una máscara”. “El problema de las redes sociales es la distorsión constante de nuestra imagen corporal”, explica. Aunque admite que, de momento, no se ha topado con casos similares en su consulta, pero sí con personas reticentes a quitarse la mascarilla “por sus experiencias o creencias”. “Nosotros, los psicólogos, siempre vamos a dar las herramientas necesarias para que cada uno pueda enfrentarse a diferentes situaciones de su vida”.
Por último, sobre la probable vuelta a la normalidad antes de que el virus SARS-CoV-2 irrumpiera en nuestras vidas, Gutiérrez sugiere su propia opinión profesional: “¿Qué es ser lo mismo?”. “Es cierto que en Psicología trabajamos con el concepto de resiliencia (capacidad para adaptarse a las situaciones adversas con resultados positivos), pero defiendo que las experiencias también forman y marcan a las personas” porque “la adversidad, que está siempre presente, es una realidad”. Y es que, bajo su experiencia en el sector, el auténtico quid de la cuestión radica en si, después de lo sucedido, “soy quien quiero ser”.